«Todo ser humano se considera una unidad, un todo en interacción con otras unidades. Sabe que influye sobre la conducta de otros individuos, y que estos influyen sobre la suya» (Salvador Minuchin).
La Influencia de la Familia en Nuestros Hábitos Alimentarios
Cuando una persona llega a la consulta, es crucial reconocerla como un ser único, cuyas dimensiones —cuerpo, emoción y mente— son el resultado de experiencias acumuladas a lo largo de su vida, incluso desde el útero. Estas experiencias no solo reflejan su historia personal, sino también las vivencias de generaciones anteriores. Lo que nuestros padres, abuelos y otros ancestros vivieron puede influir profundamente en nuestra manera de sentir, pensar y comportarnos, lo cual afecta la forma en que obtenemos, seleccionamos, preparamos y consumimos los alimentos. Por tanto, no podemos atribuir la conducta alimentaria al azar o a la pura fuerza de voluntad. Más bien, la conducta alimentaria es a menudo la «punta del iceberg», revelando solo una pequeña parte de nosotros mismos, mientras que sus raíces se encuentran en una compleja interacción de múltiples factores que se entrelazan a lo largo de nuestra historia.
Como terapeutas, solemos pensar que educar sobre una «alimentación sana» es suficiente para resolver los problemas alimentarios. Sin embargo, aunque el conocimiento es valioso, no garantiza un cambio de conducta. Por ello, la conducta alimentaria podría ser solo el «síntoma», y aunque es un problema, es esencial rastrear su origen considerando diversas perspectivas biológicas, psicológicas, sociales, culturales y evolutivas. De este modo, podemos observar que algunos comportamientos están relacionados con la regulación hipotalámica del hambre y la saciedad, donde la cantidad, el volumen de los alimentos, el aporte y la distribución de nutrientes, así como las texturas y consistencias, juegan un papel crucial. No obstante, pensar solo en estos aspectos puede ser reduccionista, pues también la recompensa, la interocepción, los estados afectivos y las funciones ejecutivas desempeñan un papel relevante. Además, como seres humanos, somos complejos; la forma en que comemos responde a nuestras creencias, la imagen corporal, la personalidad y una infinidad de otros factores, todos ellos moldeados por nuestras relaciones, siendo una de las más influyentes la familiar.
En este entramado de factores que configuran nuestra conducta alimentaria, la familia emerge como un pilar fundamental. Desde los primeros vínculos afectivos y los hábitos compartidos en la mesa, hasta las creencias y tradiciones transmitidas de generación en generación, la influencia familiar se convierte en una guía poderosa que modela nuestras decisiones alimentarias. No somos individuos que interactúan con la comida de manera aislada; nuestras elecciones están profundamente arraigadas en el contexto familiar, que a su vez está entrelazado con nuestras historias personales y colectivas. Así, comprender la conducta alimentaria implica también entender el papel esencial que la familia juega en la formación y perpetuación de nuestros hábitos, gustos y aversiones alimentarias.
Cómo los Vínculos Familiares Moldean Nuestros Hábitos Alimentarios
Este grupo de personas que llamamos familia influye en nuestro comportamiento alimentario de diversas formas. Una de ellas son las creencias familiares, que incluyen prohibiciones y tabúes nutricionales, así como ritos mágicos y religiosos transmitidos de generación en generación, influenciados por la cultura (1). Aquí también juegan un rol importante los medios de comunicación y la publicidad, que modelan patrones de comportamiento establecidos por la sociedad, como es el caso de los cánones de belleza (2).
La familia también se encarga de la transmisión de los gustos alimentarios. Aunque los seres humanos tienen una predisposición genética que puede favorecer ciertos sabores —por ejemplo, el gusto innato por lo dulce, que en la naturaleza representa una buena fuente de energía, en contraste con los sabores amargos, que tienden a ser innatamente aversivos debido a su potencial toxicidad desde una perspectiva evolucionista (3)—, el aprendizaje no es solo innato, sino también adquirido. En este punto, la familia juega un rol fundamental. Desde las teorías más conductistas, se observa que los hábitos alimentarios adquiridos dependen del condicionamiento instrumental, relacionado con refuerzos positivos (apetitivos) y negativos (aversivos), así como con castigos positivos que influyen en la conducta alimentaria (4).
Además, el aprendizaje social es determinante en la selección de alimentos. Los niños aprenden en entornos sociales a través de la observación, y es probable que consuman los alimentos que ven consumir a sus padres (5). En este sentido, el aprendizaje tiene una fuerte influencia familiar. Durante la infancia, se incorporan la mayoría de los hábitos alimentarios, donde la disponibilidad de alimentos en el hogar, las tradiciones familiares, el acceso a medios de comunicación y la interacción durante las comidas son muy influyentes. Como consecuencia, los niños adoptan las preferencias alimentarias y costumbres familiares que les resultan agradables, seleccionando las conductas que repetirán en el futuro (6).
No somos seres aislados; vivimos en relación con los demás. Por ello, nuestros vínculos determinan en gran medida nuestra conducta alimentaria. La familia, en particular, es nuestra primera y más influyente escuela en lo que respecta a la alimentación. Desde una edad temprana, aprendemos a relacionarnos a través de la comida, formando hábitos alimentarios de manera casi inconsciente, influenciados por las personas con quienes compartimos la mesa. Nuestros gustos y aversiones se moldean al observar a otros comer, a través de premios o castigos relacionados con la comida, muestras de afecto, y la exposición repetida a ciertos alimentos. Las conversaciones con nuestros cuidadores también juegan un rol importante, transformándose a menudo en mitos o creencias que reflejan el contexto sociocultural en el que estamos inmersos.
Artículo elaborado por «Nutricionista Víctor Sepúlveda» Co-fundador de Escuela Chilena de Psiconutrición
Referencias
- López Espinosa A, Martínez H. ¿Qué es el hambre?. Una aproximación conceptual y una propuesta experimental. Investig Salud. 2002;IV(1):0.
- Santacoloma AM, Quiroga-Baquero L. Perspectivas de estudio de la conducta alimentaria. Rev Iberoam Psicol. 2009;2:7-15.
- Fichler C. El omnivoro; el gusto, la cocina y el cuerpo. Barcelona: Anagrama; 1995.
- López-Espinoza A, Martinez-Moreno AG, Aguilera-Cervantes VG, Salazar-Estrada JG, Navarro-Meza M, Reyes-Castillo Z, et al. Estudio e investigación del comportamiento alimentario: Raíces, desarrollo y retos. Rev Mex Trastornos Aliment. 2018;9(1):107-118.
- Rodriguez-Santos F, Aranceta J, Serra L. Psicología y Nutrición. España: Elsevier Masson; 2008.
- Domínguez-Vásquez P, Olivares S, Santos JL. Influencia familiar sobre la conducta alimentaria y su relación con la obesidad infantil. Arch Latinoam Nutr. 2008;58(3):249-255.